Deje su marca

 

Existen cosas que caracterizan a momentos y a personas en nuestra memoria para siempre. Seguramente el aroma es una de ellas.

Recordamos los aromas que marcaron nuestra vida, como el perfumito de la abuela, de nuestros padres, de nuestra cama, del árbol de la infancia, del marido, del novio, del hijo etc.

El olfato es la capacidad que tenemos de captar los olores. A veces nos da placer, otras veces nos protege del peligro…

Cuando usted acerca una comida sabrosa a la boca, su olfato estimula el apetito, pero la que tiene mal olor, él la repele. Cuando sentimos olor a quemado, a gas o a gasolina enseguida nos ponemos en estado de alerta, ¿no es verdad?

Nos encanta estar cerca de alguien o en un ambiente con un buen perfume. Pero, nos alejamos inmediatamente de aquellos que exhalan malos olores.

Dios también es un admirador de buenos olores y, en el pasado, llegó a crear una formula única y exclusiva para el Tabernáculo. Pasé años imaginando cómo sería ese aroma, hasta que la semana pasada lo conocí en Jerusalén. Yo lo definiría como una fragancia muy agradable que no me canso de sentir.

Sería capaz de sentirla para siempre sin tener náuseas. Pero, por más que ese secreto haya sido conservado con mucho cuidado a través de los siglos por una familia levita, la misma ya no es el aroma preferido de Dios en los días de hoy.

Sino que lo son aquellos que tienen Su Espíritu, porque reciben Su Fragancia exclusiva y la exhalan por donde van. A veces, ni es necesario que abran la boca, ya que el perfume anuncia su llegada o que pasaron por allí. Y la fórmula de este perfume no es más el estoraque, la uña aromática, el gálbano o el incienso puro, sino la fe y la obediencia de los que creen en Él.

Las mentiras, las envidias, los chismes, los engaños, los rencores, la incredulidad, la pereza y tantas otras cosas malas huelen muy mal. ¿Cómo Dios va a inhalar algo así de alguien?

Para deshacerse del mal olor del cuerpo, no hay nada como un buen baño, porque no sirve de nada tratar de perfumar lo que está sucio. Y, en la vida espiritual, para librarse del mal olor provocado por el pecado, necesitamos arrepentirnos y separarnos de la suciedad. La Sangre del Señor Jesús nos lava y nos purifica, y la práctica de las Enseñanzas Sagradas nos conserva.

Que podamos tener el perfume de Cristo como nuestra marca registrada en este mundo.

 

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