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¿Qué hay de más importante en una persona a no ser su capacidad de pensar y razonar? Recibimos estas habilidades naturalmente y no hay otro ser vivo que las posea. Somos capaces de conducir nuestros pensamientos a horizontes inexistentes, razonamos de forma abstracta y tendemos naturalmente a la resolución de problemas y a la creación a fin de alterar el ambiente para favorecer nuestro bienestar.

Pero en el momento en el que decidimos poner a Dios en el centro de nuestras vidas, Él amplía esta capacidad al horizonte espiritual, concediéndonos los dones de Su Espíritu que nos proveen el privilegio de conocer y proseguir conociendo a Dios. El don de la palabra de la sabiduría, de la palabra del conocimiento, de la fe, de curar, de la operación de maravillas, de la profecía, del discernimiento de espíritus, de la variedad de lenguas… El apóstol Pablo nos aconseja a buscar con celo los mejores dones, pues el Espíritu Santo nos muestra un camino más excelente. Al buscarlos, ellos se desarrollan en nuestra mente, conduciéndonos a dar y a recibir aún más del Reino de Dios.

Observemos personas que vivían la fe y estaban llenas de dones espirituales y que perdieron la fe y el discernimiento para cosas simples espiritualmente hablando, por dejar de priorizar la vida con Dios. No podemos engañarnos: los dones pertenecen a Dios y, una vez que no alimentamos más el deseo de mantener una vida con Él, no hay más motivos para su concesión, y los dones vuelven a Dios.

Analicemos y observemos cuál es el valor que le hemos dado a los dones que Él nos ha concedido. Pablo nos aconseja buscar, con celo, los dones espirituales, pero especialmente el de profetizar (del griego proporcionar luz, es decir, transmitir la Palabra de Dios en el Espíritu, llevando al oyente a alcanzar el entendimiento de Dios). Realmente es un privilegio tener experiencias con Dios y trasmitírselas a otras personas.

Andemos en el Espíritu buscando con empeño los dones espirituales, finalmente, NADIE puede decir que Jesús es el Señor, si no por el Espíritu Santo. (1 Corintios 12 y 14).

Gislene Xavier