Cuando era chico, seguro habrá recibido algo muy valioso de sus padres con la siguiente orden: ¡no lo pierdas!
Cuando leemos la carta que el apóstol Pablo escribió a la iglesia de Tesalónica, vemos este tipo de alerta acerca de no perder lo más valioso:
“No apaguéis al Espíritu.” 1 Tesalonicenses 5:19
La presencia del Espíritu Santo es como una llama. No es en vano que Pablo utilice la palabra “apagar”, que significa dejar de hacer quemar, brillar.
Pero ¿cómo es posible apagar al Espíritu?
Escuchar: obedecer y sacrificar
Imagínese que le pidieran que ayude a una persona en todo lo que necesite. Pero esta persona no lo escucha. Usted es ignorado constantemente. Usted le dice “vaya por allá” y la persona hace lo contrario. Y lo peor es que después usted siempre sale perjudicado.
Con el pasar del tiempo, creerá que es mejor no decir nada. Es normal: “Si no me escucha, ¿para qué le hablaré?”. Además, usted preferirá no estar más con esa persona.
Lo mismo sucede con el Espíritu Santo: Él es otorgado para guiar a la persona a toda la Verdad (Juan 16:13). Esa es la condición para que la voluntad de Dios se cumpla. Por eso, Él espera que se obedezca Su orientación, a fin de cuentas, Él quiere que vivamos bien en la tierra y que, en el porvenir, pasemos la eternidad en el Cielo.
Por esta razón, es posible leer innumerables veces en el Nuevo Testamento “El que tiene oídos para oír, oiga lo que el Espíritu…”. Sin embargo, Él aconseja, pero no bloquea a la persona, porque la voluntad de ella permanece. De todos modos, Él espera que, al obedecer Su Palabra, la persona sacrifique su propia voluntad para hacer la voluntad de Dios.
Cuando no hay este sacrificio y obediencia, la voz de Dios es ignorada. Porque si Él dijo algo y la persona no se dispuso a practicarlo, aunque para eso tuviera que sacrificar su querer, en realidad, esa persona no escuchó lo que Él le dijo. Y a medida que Su voz es ignorada, es decir, la persona no obedece, el Espíritu Santo se apaga.
El obispo Edir Macedo, en sus comentarios fe, explica que para mantener la fe y la salvación es fundamental la presencia del Espíritu Santo. Pero, si presenta actitudes y comportamientos contrarios a la Naturaleza Divina, el fuego Santo de a poco se disminuye, y si no hay un cambio, se apagará por completo.
El obispo recuerda que dentro del Tabernáculo estaba el Santo Lugar, donde había un candelabro que los sacerdotes debían mantener siempre encendido, ya que era la única fuente de luz y calor en el ambiente.
“Así es el Espíritu Santo, pues Él desciende sobre la vida de aquel que se entregó al Señor Jesús con el objetivo de iluminarlo, purificarlo y fortalecerlo. Si Su presencia falta, también faltará la luz del entendimiento de la voluntad de Dios”, enseña.
¡No lo apague!
“Por eso, debemos cuidar para que el Espíritu Santo jamás se extinga en nuestro interior. Pero, para que esto no suceda, es necesario que haya una vida de sacrificio constante en la presencia del Altísimo, lo que significa renunciar nuestras propias voluntades y jamás ceder a las demandas de la carne”, orienta el obispo.
Por lo tanto, cele constantemente por su vida espiritual. Cuando escuche la voz del Espíritu Santo, no endurezca su corazón. Obedézcalo.
Fuente: Universal.org