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Necesitamos invertir en el arte de la comunicación, incluyendo este objetivo en nuestras oraciones y perfeccionándonos en el acto de oír y hablar. Comunicar es transmitir lo que somos, lo que aprendemos, nuestras experiencias, ideas. Cómo nos comunicamos define la forma en la que experimentamos la vida e impactamos a las personas con quienes nos relacionamos.
La relación con Dios es la referencia de una forma de comunicación perfecta, sin fronteras, dado que Él sabe todo lo que pasa en nuestra mente, nos comprende y, en el simple acto de concentrarnos y elevar nuestros pensamientos hacia Él, estamos dando inicio al único acto de comunicación sin fronteras.
Por lo tanto, cuanto más invertimos y nos inspiramos en nuestra relación con Dios, más facilidad tendremos en comunicarnos con las personas con las cuales convivimos.
Cuando nos aplicamos en la lectura de los evangelios observamos el ejemplo del Señor Jesús, que Se comunicaba de forma única. Las personas llegaban hasta Él con el objetivo de oírlo, Sus palabras impactaban, no se contradecían, Él usaba metáforas que encajaban perfectamente con las ideas que deseaba transmitir. Enseñó sin imponer, convivió amigablemente con los discípulos… Sus palabras son vivas. En el pasado tocaron las almas de los oyentes y actualmente tocan la nuestra.
Todos nosotros poseemos experiencias con Dios exclusivas, sobrenaturales y, en la misma proporción en la que desarrollamos el arte de la comunicación, ampliamos el número de personas que alcanzaremos por medio de nuestras vidas. Por eso es importante que alimentemos esta sed de aprender a comunicarnos. La sed alimenta a la oración, la oración toca a Dios, y cuando Lo tocamos somos tocados por Él. Contemos con el Espíritu Santo, invirtamos en el perfeccionamiento, cultivemos el hábito de comunicarnos.
Recordando que la base de la comunicación es comprender y ser comprendido. Cuando comprendemos el sacrificio que Jesús hizo por nosotros en la cruz, nuestros ojos se abren y nuestra relación con Dios se transforma, pues es basada en la comprensión de ambas partes. Meditemos sobre esto.
“Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha otorgado gratuitamente, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual (…) En cambio el espiritual discierne todas las cosas; pero él no es enjuiciado por nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor, para que pueda instruirle? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.” 1 Corintios 2:12,13,15,16
Gislene Xavier