Hoy en día, vemos una búsqueda frenética por alcanzar una apariencia ideal en todos los ámbitos de la vida. La humanidad se empeña cada vez más en defender su imagen personal. Guardan con “uñas y dientes” sus bienes terrenales, y todo, para quedar bien en el “retrato social”. Mantienen posiciones, amistades, profesiones, estudios, solo para no ser mal vistos.
¿Esto es malo? ¡En lo absoluto!
En realidad, todo lo que conquistamos en la vida con esfuerzo y dedicación se debe mantener y conservar. El problema es cuando salvaguardamos todo esto por encima de nuestra buena conciencia. Pero ¿cómo? Cuando mantenemos una falsa apariencia, aunque eso signifique comprometer nuestra Salvación. Es exactamente allí que reside el peligro, puesto que, la falta de sinceridad, el engaño, la falsedad y la hipocresía salen a la superficie.
No son pocas las siervas que se han dejado llevar por la imagen por el miedo a perder una responsabilidad que poseen, un título o incluso su buena reputación. Se han cuidado de todo y de todos, menos de lo más importante. Mire lo que está escrito en la Palabra de Dios, en Deuteronomio 6:12: “… cuídate de no olvidarte del Señor, que te sacó de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre.”
Observe que en este versículo es apremiante la orden para que nos cuidemos de no olvidarnos del Señor, de su libramiento.
¿En qué circunstancias nos cuidamos para no olvidarnos de nuestro Dios?
· Ante una amistad que no es beneficiosa para nuestra vida espiritual, que ha promovido un alejamiento entre nosotras y Dios, pero tenemos la valentía de dejarla;
· Ante una profesión, estudios o incluso una buena proyección económica, que no nos deja tiempo para Dios y para Su Obra, pero decidimos buscar otro medio y establecer prioridades para no alejarnos del Servicio al Señor;
· Cuando los malos ojos, el egoísmo o los sentimientos de inferioridad vienen y no nos dejamos llevar por ellos, sino que nos cuidamos de todo eso para agradar a Dios.
Seamos muy sinceras: ¿Nos hemos cuidado de verdad, sobre todo de nosotras mismas y de nuestras voluntades, para hacer la voluntad del que nos llamó y nos sacó de la esclavitud? ¿O somos esclavas de nuestra propia imagen y vivimos una mentira?
¡Estemos siempre en alerta!
¿Qué tiene para decir sobre esto? ¿Cuál es su comentario al respecto?
Viviane Freitas