Damos continuidad a la historia de Pablo… Si no ha leído el post anterior, ingrese aquí.
Él fue llevado a prisión como “líder de una secta cristiana”, en una época de terribles persecuciones a los cristianos. Hoy, es mucho más fácil abrazar la fe, pero, en aquella época, los que se convertían tenían que abandonar sus casas y vivir en galerías subterráneas, estaban sujetos a la pena capital de crucifixión, eran devorados por los leones en los estadios o eran quemados vivos envueltos en pieles de animales, verdaderas antorchas humanas.
El mayor símbolo del imperio Romano, el Coliseo, fue el escenario de las mayores atrocidades a los fieles de la iglesia primitiva, por puro entretenimiento.
Delante de ese contexto, Pablo podría haber pasado sus días quejándose de las injusticias y de los gobernantes corruptos, pero hizo algo mucho mejor: habló del Señor Jesús, sin cansarse.
Imagino el día en el que ejecutor de la sentencia lo llamó al campo de muerte, todo siguió sin dramas ni resentimientos. Sus bienes eran una vieja capa, los rollos de los pergaminos que tanto amaba, papel, pluma y tintero.
El hombre que tantas veces fue preso, golpeado, azotado con varas como si fuera un animal, fugitivo, apedreado, náufrago y odiado se despedía del escenario de la vida en este mundo. Su paso debe haber sido firme en dirección a la decapitación, con la frente en alto. Los Cielos se pusieron de pie para recibirlo con aplausos y con la valiosa corona de gloria que anheló recibir durante toda la vida.
Aprendemos muchísimas cosas con Pablo, ¿no es verdad? Pero quiero destacar aquí que él vivió con un objetivo, más allá de los aplausos y de las críticas.
“Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad.” Filipenses 4:12
Lleva tiempo aprender una virtud como esta. La naturaleza humana tiene sed de reconocimiento, atención, sonrisas y aprobación.
Creamos tantas expectativas en las personas y terminamos hiriéndonos. La gratitud es una nobleza presente en tan pocos…
Por lo general, el ser humano se olvida muy rápido del favor recibido.
Se espera mucho del marido, de los hijos, del jefe, del amigo y, cuando eso no sucede, un poquito de hiel amarga el alma.
Las heridas causadas por desconocidos duelen, pero cicatrizan más rápido. Sin embargo, las peores heridas, causadas por quienes amamos y admiramos, pueden ser fatales, ¡tenga cuidado!
El rechazo, el olvido, la ingratitud y la humillación son los dolores de la vida que pueden volvernos gigantes como Pablo, si solamente no perdemos el enfoque.
No espere de las personas lo que solo el Altísimo puede darle. Él le dio al apóstol el verdadero reconocimiento: hizo que su vida íntegra y sus enseñanzas llegaran a los confines del mundo.
Conozca su valor para Dios, sea resistente en las luchas y corra la mayor maratón de la vida, que es agradar al Señor Jesús. Y, así, ganará el Cielo como trofeo.
Nubia Siquiera