Lea y medite en el mensaje de hoy
Para el que es muy olfativo, el primer aroma de todo deja una huella y queda guardado en la memoria.
Esto se debe a que los olores son partículas químicas que ingresan a la nariz, tienen el poder de penetrar en el cerebro y quedarse registrado para siempre.
Conozco a personas que no recuerdan bien el lugar al que fueron, o el rostro de la persona con la que conversaron, pero no se olvidan del aroma que sintieron.
El olfato es algo tan fuerte que puede despertar sentimientos, recuerdos, e incluso activar el hambre. Ahora bien, ¿a quién no se le hace agua la boca con tan solo recordar una comida de la abuela?, ¿o quién no viaja en el tiempo al recordar la habitación que compartía con sus hermanos y el olor específico del cubrecama de cada uno?, ¿del reciente café colado, antes de salir al colegio?
¿Cómo olvidarse del aroma del abrazo de la madre, de sus cabellos o de su susurro en los oídos?
Para que deje una huella, el aroma no necesita sentirse en un gran hecho. Puede ser el aroma que se siente en esos segundos al pie de la hornalla, respirando el vapor de la leche fresca hirviendo y subiendo en la jarra como una bala que sigue su destino.
Observe que el olfato en la infancia es un paraíso por descubrir. ¿Cómo olvidarse del aroma de la tierra mojada, de la lluvia cayendo sobre el pasto, o de la encantadora dama de la noche que entablaba las buenas conversaciones con los amigos en la puerta de casa?
¿Cómo olvidarse del aroma que subía de los cuadernos nuevos en el inicio del año lectivo o de las mandarinas que, a escondidas, perfumaban el aula de la escuela?
Pero no todo son flores. ¿Cómo olvidarse del aroma de los remedios caseros, como el boldo, el ajenjo y la carqueja?
¿Cómo olvidarse del aroma del primer funeral al que fuimos y en el que, tristemente, descubrimos lo que era la muerte?
¿Se dio cuenta de cómo los aromas tienen el poder de delimitar momentos buenos y malos?, ¿personas difíciles y personas especiales?
En la hermosa danza de las notas olfativas, los árboles desfilan pomposamente, porque es imposible no guardar el olor de los lapachos, de los jazmines, de los flamboyanes, de las lavandas, de las jabuticabas o de las higueras.
¡Ah! ¡Qué placentero es el aroma del follaje de las mangiferas y del mango abierto entre los dientes! —¡Dulce época en la que subíamos a los árboles! ¡Qué pena el que nunca lo hizo!—.
Qué agradable el perfume de la guayaba que se comía en el piso, o de la limonada hecha con el limón del patio del fondo —y puesta en la jarra de plástico, ¡claro!—.
Qué sublimidad tienen las notas aromáticas de la chirimoya abierta y desnuda en la palma de la mano, con sus laberintos de sabores.
No podría faltar, en la lista de aromas, el amado y odiado pequi. El oro del cerrado brasileño. Ya sea con arroz, con pollo, con carne o con cualquier otra cosa, el pequi reina —el que lee y conoce el fruto, entiende el porqué, jeje—.
Y en este camino de nuestra existencia hay aromas que no formaron parte de nuestra infancia, sin embargo, jamás se olvidarán.
Entre mis favoritos está el olor de los ríos del norte de Brasil, con bellezas tan inmensas que la vista no llega hasta la otra orilla.
Está el aroma inolvidable de la selva amazónica, del azaí, del cacao y de la castaña fresca en la leche.
¿Cómo olvidar el aroma de la mandioca fresca del nordeste y del rocío que se desprende del mar y que nos abraza en forma de brisa?
Por último, pero los más especiales: el aroma del cónyuge, de los hijos, de los tíos, de los padres y de los hermanos. Ellos son obsequios. Tienen el aroma del amor en forma de persona. Son dádivas que vienen de arriba, desde lo Alto para nosotros.
Dios podría solo haber hecho el mundo sin muchos detalles. Sin embargo, Se esmeró con bellas formas, colores y aromas.
Por eso, en gratitud, ¡seamos también para el Señor un buen perfume!
Y, aunque la vida nos hiera y nos deje algunas cicatrices, florezcamos, fructifiquemos y perfumemos en dondequiera que estemos.
¿Qué aromas usted guarda en sus recuerdos?
Lo desafío a pensar en los aromas que más le marcaron. ¿Usted acepta?
Núbia Siqueira