
Había un joven en una aldea conocido por vivir muy solo. Nunca se lo veía con nadie, y no le importaban los comentarios ajenos.
Sin embargo, siempre había alguien que decía: – ¡Allí viene el jovencito solitario!
Pero él nunca les prestaba atención porque creía que al ignorarlos sus oídos se agudizarían más al escuchar solo lo que realmente importaba si estuviera solo. Por eso, se equivocaban los que creían que el joven era infeliz o andaba triste por no tener una compañía.
Él era muy habilidoso en todo lo que hacía, siempre estaba comprometido con los quehaceres de la aldea y buscaba concentrarse en las pequeñas cosas para no cometer errores. Y, justamente por eso, los demás jóvenes lo molestaban.
Hasta que un día, un rumor de que la gran represa cercana a la aldea se estaba rompiendo y que le generaría un riesgo al lugar, llegó a los oídos de los habitantes. Sin embargo, todos creyeron que no era más que una falsa alerta.
Varios días después, una gran fiesta reunió a todos los habitantes de la aldea. Era una noche especial, después de todo, cada último día de cada mes los habitantes se juntaban para celebrar las cosechas, los nacimientos de los niños y de los animales, y a agradecer las conquistas alcanzadas durante ese período.
Todos estaban alrededor de una inmensa hoguera. Los niños gritaban, saltaban y perseguían a los animalitos y las niñas cantaban en pequeños coros. Los muchachos y las jóvenes, sin embargo, preferían las conversaciones aisladas, y los grupos reducidos de amigos que se formaban, coqueteaban entre sí.
Por otro lado, a las señoras les gustaba reunirse alrededor de la hoguera para comentar lo que una familia conquistó y lo que la otra dejó de conquistar. Para ellas, nada de lo que decían parecía estar fuera de lugar, y no faltaba nunca quien lanzara un veneno altamente peligroso en sus conversaciones:
“- Vi a un vecino que salió muy temprano esta mañana, no sé a dónde fue, ni quiero saber, pero, lo que me pareció extraño es que su esposa no supiera su paradero. Es extraño, ¿no?”
Y, de
esta manera, ese tipo de interés sobre la vida ajena estimulaba más y más las
conversaciones inútiles.
Todo parecía normal, pero, al joven solitario, algo le parecía extraño. Esa
noche, él estaba más sereno en comparación con las demás noches y observaba
todo de lejos, porque no le interesaba ni un poco todo lo que sucedía por allí.
El joven, de hecho, parecía no formar parte de ese ambiente.
Hasta que
de repente, ¡crac!
El joven logró escuchar lo que todos, días atrás, no quisieron escuchar. La
represa se rompió y, en cuestión de minutos, el agua podría llegar e inundar el
lugar.
Él, gritó
desesperadamente, pero nadie lo escuchaba. Las señoras lo miraban, pero no lo
tomaban en serio. Por otro lado, los muchachos y las jóvenes se reían de él,
principalmente porque los gestos de desesperación que él hacía les parecían
graciosos.
Sin embargo, en una fracción de segundos, el agua inundó toda la aldea, lo que
provocó que la mayoría se perdiera entre las aguas de la represa.
Solo el joven solitario resultó ileso, porque, tan pronto como escuchó la ruptura, corrió velozmente y se salvó.
Para reflexionar
A veces, el silencio es necesario para saber cuál es la voluntad de Dios. Y, para eso, tal vez sea necesario estar solo. A usted no siempre lo comprenderán, pero es un sacrificio válido, incluso por algunos momentos.
Si usted tiene
dificultades para escuchar la Voz de Dios, reflexione sobre su comportamiento.
Tal vez, lo que usted escucha son muchas voces que no son importantes, y deja
de escuchar lo que realmente vale la pena. Dios solo necesita una única palabra
para salvar una vida.
Si usted necesita escucharlo, Él necesita que usted esté en silencio para que
Él pueda hablar.
Jaqueline Correa