Tener una rutina no es malo. Además, es algo esencial para el desarrollo no solo de niños, sino también de adultos. Todos los días, hay actividades que usted debe realizar, independientemente de las circunstancias. Si no las ejecuta, la vida se vuelve un caos.
Sin embargo, lo que puede beneficiarlo, también puede matar su vida espiritual, cuando se distorsiona. Es decir, ese es el resultado cuando la rutina con las cosas espirituales se vuelve una religiosidad.
Al inicio de la conversión, la rutina de la fe está llena de novedades. Se lee la Biblia con entusiasmo. Hay disposición para participar de las reuniones de la iglesia, hay un celo, un cuidado por las cosas de Dios. Orar y ayunar no son actitudes tediosas. Al contrario, hay una alegría en el sacrificio que brinda fuerza espiritual. Pero, con el pasar del tiempo, esas mismas cosas comienzan a hacerse de forma automática.
Ahí es donde reside el problema, porque se convierten en hábitos religiosos. Día tras día, se cumple la rutina sin comprometerse de cuerpo, alma y espíritu. Solo son «tareas» que se deben cumplir diariamente. El peligro es que, en esa condición, pueden surgir situaciones súbitas, sin que la persona pueda tener la posibilidad de revertirlas.
La automatización y las fallas
Es posible hacer una analogía de este procedimiento en la aviación. Por los avances tecnológicos en favor de la seguridad, las aeronaves están cada vez más automatizadas. Sin embargo, esta practicidad esconde riesgos, porque la atención de los pilotos tiende a disminuir, debido a que la participación de estas personas en el control es cada vez menor.
Y, por ello, se espera que, en el caso de que se presente una falla, que los pilotos asuman el control y la corrijan. Pero, no siempre queda tiempo para esto.
¿Quién no recuerda el accidente aéreo de Air France 447, que ocurrió en junio de 2009, en un vuelo desde Río de Janeiro a París (Francia)? Después del despegue, al alcanzar las condiciones normales de vuelo, el avión fue puesto en piloto automático (un procedimiento normal).
Todo seguía su proceso normal hasta que, tres horas después, al atravesar un área de riesgo, la aeronave presentó problemas en los sensores, los cuales desactivaron el piloto automático.
El hecho de haberse desactivado el mecanismo fue como si, por algunos instantes, nadie piloteara el avión. Lo que fue fatal. La velocidad cayó de 500 a 110 quilómetros por hora y, de acuerdo con investigaciones, en ese momento, el comandante estaba descansando fuera de la cabina de comando.
Los copilotos trataron de revertir la situación, pero no obtuvieron éxito. Cuando el comandante llegó a la cabina, ya fue demasiado tarde. El resultado: la aeronave cayó al mar y 228 personas murieron.
Lo mismo sucede en la vida espiritual. Por estar acostumbrados a hacer siempre lo mismo, es común que entremos a una especie de “piloto automático espiritual”. Y es en ese momento que la persona, sin darse cuenta, se encuentra más vulnerable a las embestidas del diablo.
Porque, al dejar que todo transcurra automáticamente, la persona se distrae, su mayor enemigo aprovecha esto para atacarla y, cuando ella intenta retomar el control, ya no hay más tiempo.
Éfeso: La Iglesia que estaba en “piloto automático”
Estaba situada en la segunda ciudad más grande del mundo en aquella época, conocida porque el templo de la diosa Diana se ubicaba allí y por ser una de las cunas de la filosofía. Pablo llevó el evangelio a Éfeso durante su segundo viaje misionero. Durante tres años se dedicó a enseñar y a amonestar, al hacer que la Iglesia en Éfeso tuviera una fuerte convicción espiritual.
En las cartas a las iglesias, descritas en el libro del Apocalipsis, la iglesia en Éfeso fue elogiada. El obispo Edir Macedo explica que incluso en medio de la idolatría de esa ciudad, la Iglesia en Éfeso “Presentaba obras que agradaban al Señor. Por ejemplo, no soportaba a hombres malos, pues, puso a prueba a los falsos apóstoles y los halló mentirosos; resistía las pruebas por amor al Nombre del Señor Jesús; era perseverante, no se dejaba abatir y odiaba las obras de los nicolaítas”.
Sin embargo, aunque fueran tan cuidadosos con la Santa Palabra que aprendieron, Dios tenía algo en contra de esa Iglesia.
“Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor.” Apocalipsis 2:4
El obispo destaca que, probablemente, los cristianos de Éfeso no esperaban esa reprensión, porque se sentían irreprensibles en su proceder, debido a su celo y a su disciplina con todo lo relacionado a una conducta cristiana.
“Es exactamente así que muchos se sienten. Por el hecho de tener un buen carácter y una buena conducta, por la cantidad de responsabilidades que poseen en la obra de Dios y por el intenso trabajo que desarrollan, no logran darse cuenta de que descuidan lo principal: su relación con el Altísimo. Podemos hacer muchas cosas importantes para ayudar a los afligidos y a los perdidos para que conozcan la Verdad, pero, por encima de nuestras obras, debe estar nuestra vida con Dios”, explicó el obispo.
Todo es una novedad en el primer amor. Hay placer y alegría en todo lo que se hace para Dios. Y fue exactamente lo que esa Iglesia tan dedicada había perdido. “No hay nada peor, ante Dios, que una adoración fría y un servicio sin devoción. La Iglesia en Éfeso, sin darse cuenta, había perdido su bien más precioso, que era su intimidad con el Señor Jesús”.
Salga del “modo automático”
Para que saliera de esa condición, a la Iglesia de Éfeso se le dio el siguiente consejo:
“Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido.” Apocalipsis 2:5
El obispo explica que en este consejo pueden verse las dos etapas por las cuales se debe atravesar para volver al primer amor, y la consecuencia en el caso de que no se ejecuten. Observe:
– Recordar dónde ha caído: es decir, el momento donde las cosas comenzaron a enfriarse. Ese “recordar” es para que se reflexione sobre lo que ocasionó la caída.
– Arrepentirse y practicar las primeras obras: el arrepentimiento se prueba cuando el arrepentido vuelve a hacer lo correcto.
Cuando eso no sucede, la persona se engaña a sí misma, porque, en realidad, lo que tuvo solo fue remordimiento. Por eso, al constatar dónde comenzó a hacer las cosas de Dios de cualquier manera, si la persona reconoce que se equivocó y está arrepentida, lo que debe hacer es volver a actuar como lo hacía al principio de su conversión.
Sin embargo, si esto no sucede, en instantes, Dios vendrá sobre ellos y les quitará de su lugar el candelero, es decir, removerá Su luz de la presencia de cada una de estas personas.
Lamentablemente, fue lo que le sucedió a la Iglesia en Éfeso, que terminó por rendirse a las falsas doctrinas, divisiones internas y persecuciones que surgieron. La ausencia del primer amor no dejó que permaneciera.