Mi hijo debe vivir sus sueños, no los míos. Yo no pensaba tener hijos, pero después de 5 años de matrimonio, pensé: “¿Por qué tendríamos un hijo?”
No era para llenar un vacío ni para alegrar mi casa, fueron algunos de los muchos pensamientos que pasaron por mi cabeza. Sin embargo, cuando pensé en la posibilidad de poder generar un siervo de Dios, ¡allí encontré una verdadera razón para tenerlo!
Entonces, decidimos tener un hijo y quedé embarazada.
En mi mente, ya había un plan de vida listo para mi hijo: como se comportaría, como hablaría. Él sería un joven activo en la iglesia y desde joven se volvería un pastor. ¡Perfecto!
Después de 9 meses, tuve a mi bebé que empezó a crecer totalmente diferente de lo que yo había planeado. Él era autista, ¡¿y ahora?! ¿Qué haría frente a esta gran frustración?
A fin de cuentas, él no era nada de lo que soñé.
¡Enseguida puse sobre él una carga para que fuera un niño perfecto! Yo diseñé a mi hijo antes de que naciera y cada actitud que no correspondía a mi sueño era como una puñalada para mí. De esta manera, me volví cada vez más frustrada y fui perdiendo el brillo de madre. Mi mirada “fusilaba” al niño a tal punto que ni siquiera él mismo sabía el porqué.
¿Se imagina que una persona lo mire con reprobación, solo porque no es lo que ella quería que fuera?
Mi frustración se volvió una amargura, me vi seca, sin cariño por él y eso hizo que me sintiera muy mal por estar así. ¿Cómo podría amar a las personas y no tener ese mismo cariño por mi hijo? Algo estaba mal en mí y me lancé a los brazos de Dios. Le conté a Dios, así como les cuento hoy a todas ustedes, todo lo que me estaba matando por dentro; era como si se tratara de una semilla que no brotó, que se estropeó, que se estaba pudriendo y necesitaba arrancarla.
Al mismo tiempo que Le contaba todo a Dios y decía que no aceptaba más ese sentimiento, Él me limpiaba. Fue un alivio y, desde allí, todo cambió. Con el tiempo, aprendí que cada persona es única, con sus errores, defectos, cualidades y habilidades, no podemos cambiar eso, ni siquiera elegir qué características tendrá. Sin embargo, podemos ayudar a cambiar algunos comportamientos no tan buenos para que se vuelvan buenos. Ese trabajo de “lapidación” debemos hacerlo nosotras, las madres, porque, cuando dependemos de Dios y de Su dirección, logramos convertirnos en artesanas especiales.
Yo quería tanto cambiar los gustos de mi hijo que no le compré ni una pelota para que juegue, porque no quería que fuera un jugador, sino un pastor. ¿Sabe lo que él hacía? Agarraba las naranjas o las papas del frutero y jugaba con ellas. Cuando compraba carritos, él les quitaba las ruedas y las pateaba, jejeje. Gustos, aptitudes y sueños ya nacen con cada persona. Eso quiere decir que debemos dejar que nuestros hijos vivan sus sueños y no presionarlos a que ansíen los que nosotros tenemos para ellos. Solo debemos incentivar los que ellos tienen, porque esos fluirán naturalmente, e introducir los que no tienen para que florezcan.
De esta manera, jamás serán inducidos u obligados a ser algo que no desean solo para agradarnos, porque eso no funciona. Si lo hacen así, allí adelante, en el futuro, ellos serán los que se frustrarán ¡y un día se cansarán y dejarán todo! Porque no es lo que querían para sí mismos.
Poniéndolos en las Manos de Dios, el Espíritu Santo los convencerá de Su Voluntad para ellos y así, queridas mamás, todo será diferente, de la manera que debe ser, ¡y todo saldrá bien!
Josiane Boccoli
Muchas gracias por el posteo es cierto soy mamá de 2 adolescentes y lo mejor es dejar todo en manos de Dios. El sabe lo que es mejor para ellos aunque muchas veces desearíamos que fuera a nuestra manera. Con Dios es a su manera y ciertamente no habrá falla.
Dios los bendiga.
Hola!
Que lindo mensaje!. Cuando yo quise ser mamá fue con el mismo proposito, lei la historia de Ana y yo pense en lo mismo tener mi hijo para que sea un hombre de Dios.
Este post me enseño a dejarlo en manos de Dios, cumplire mi proposito de enseñarle e instruirlo en el camino de Dios y que El haga su voluntad.
Saludos y abrazos.
Ana.