El entendimiento, la sabiduría, el buen consejo, el sentido común y la comprensión exacta son atributos que muchas personas creen poseer.

Es por eso que vemos a tantos predicadores, conferencistas y comunicadores que divulgan sus propias convicciones. Muchos son eximios formadores de opinión, están llenos de sí mismos y no tienen ninguna inspiración que provenga del Altísimo. Hablan y predican en Su nombre, pero la verdadera intención es la de enaltecerse a sí mismos.

Sus palabras, incluso, son considerables y tienen mucho sentido, pero están lejos de su verdadera intención. Porque, en su interior, están llenos de orgullo, presunciones e individualismo.

Existe una necesidad enorme de que evaluemos la razón de nuestras palabras. Como siervas que aconsejan a muchos, debemos pesar nuestra intención e identificar qué es lo que, realmente, nos motiva a hacer la Obra de Dios. ¡Si es para servir a Dios o para nuestro propio beneficio!

Observe que Eliú, el amigo más joven de Job, dijo palabras que, aparentemente, tenían mucho sentido. Léalas a continuación:

«Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente le hace que entienda.» – Job 32:8

Esa palabra, de hecho, es verdadera, porque todos tenemos un espíritu y solamente la inspiración de Dios hace que seamos personas entendidas. Hasta aquí está todo bien; sin embargo, en su discurso, en vez de un consejo, Eliú se llenóde ira y de argumentos para decir cuán equivocado estaba Job. Las palabras mencionadas con sentimientos —ya sean de enojo, de vanidad y otras de este calibre—, provenientes de un corazón engañoso, tienen efectos devastadores en el alma.

Por lo tanto, antes de abrir la boca, debemos considerar y pensar las motivaciones y las emociones que impulsan nuestras palabras.

¡Cuidado! Realice, en este momento, una evaluación profunda sobre sus intenciones y lo que le motiva a hacer la Obra de Dios.

Viviane Freitas Español