«Si el espíritu del príncipe se exaltare contra ti, no dejes tu lugar; porque la mansedumbre hará cesar grandes ofensas.» (Eclesiastés 10:4)
En este versículo, claramente, está explicado el consejo del Rey Salomón, para el siervo. Él sabía mejor que nadie que una actitud o expresión mal hecha, llevada por el calor de la emoción del momento, sería suficiente para provocar problemas graves e incluso irreversibles. Por eso, él aconseja que al momento en el que un líder nos contradice o reprende, no debemos reaccionar de manera impulsiva o impensada, sino actuar con mansedumbre, que significa humildad y obediencia.
La verdad es que no importa si el líder actuó de manera correcta o no. Esa no debe ser nuestra preocupación, sino nuestra posición delante de la situación. Eso es lo relevante ante los ojos de Dios. Comprendamos que, si actuamos con una postura rebelde, que es contraria a un comportamiento manso, desarrollaremos dentro de nuestro interior dolores, incomprensión, insatisfacción, en fin, todo lo que proviene de la rebeldía.
Es en ese momento que el diablo hace fiesta, porque encuentra una brecha para promover, en la mente de la persona que está herida por las “ofensas”, los malos ojos, la malicia y el pensamiento de que no vale la pena seguir sirviendo a Dios.
Qué peligro, ¿no es verdad? Por eso, la mansedumbre es un remedio que calma las grandes ofensas. Porque promueve en el interior del siervo la serenidad, la paz y la tranquilidad.
¡La mansedumbre, verdaderamente es la cura, pues nos aleja del orgullo y de la desobediencia!
Pensemos seriamente en este consejo que viene de la Palabra guiada por nuestro Dios.
Viviane Freitas