“No ofrecerás en sacrificio al Señor tu Dios, buey o cordero en el cual haya falta o alguna cosa mala, pues es abominación al Señor tu Dios.” Deuteronomio 17:1
El buey significa el sacrificio más grande, más pesado y más robusto, que puede simbolizar las obras que más llaman la atención y que pueden verse a simple vista. Al igual que predicar en el Altar, hacer reuniones y ser responsable de un área determinada en la Obra de Dios. En resumen, todo lo que implique apariencia, imagen, posición, es decir, lo exterior.
Pero, si en esa ofrenda hay una intención personal, engaño, malicia o vanidad, entonces ya es defectuosa. Y por más que esté bien a los ojos de los demás, Dios no aceptará el sacrificio.
Y el cordero, ¿qué puede ser?
Pueden ser las cosas simples, por ejemplo, la manera en la que viste el uniforme, cómo se prepara para la reunión de obreros, cómo limpia la casa de Dios o incluso cómo sirve la Santa Cena. Tal vez, sean «pequeñas cosas» que nadie ve, pero su interior está lleno de indiferencia y no hay reverencia a Dios. Ya no tiene más la preocupación de celar su llamado como al principio. En cambio, hay un desprecio que se camufla en una imagen falsa de que todo está bien, pero cada día se aleja más de la voluntad de Dios.
¡Qué señal!
Cuando leí este versículo, tuve un gran temor. Especialmente, en relación con el «cordero», que son los pequeños detalles, que pueden pasar desapercibidos sutilmente por nuestros ojos, y que están en lo más íntimo de nuestro ser.
Observe que está escrito que eso NO se debe sacrificar, porque Dios no lo acepta. Dios odia esa ofrenda. Imagínese a Dios odiar lo que ofrendamos. Es algo muy serio. ¿No es así? ¡No tenemos la dimensión de la seriedad, pero tenemos el poder para obedecer la orden que Él nos dio!
¿Alguna vez ha pensado en esto? Usted, ¿qué piensa?
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Viviane Freitas