Un corazón limpio

cielo
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La vida de cada persona tiene su propio registro de dolores. Aún no conocí a un adulto que no haya pasado, por lo menos, una injusticia o una decepción.

Generalmente, las experiencias más dolorosas provienen de las personas más cercanas, como: familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo o compañeros de la fe.

Es duro ser calumniado, hostigado o ser víctima de una traición o un chisme. ¿Usted conoce esos famosos comentarios que se hacen a espaldas, aparentemente inocentes, pero que traman el deseo de perjudicar? Solo el que lo sufrió en carne propia conoce sus efectos.

La maledicencia está allí afuera, traicionera, haciendo nuevas víctimas todos los días. Ella puede producir un enorme perjuicio en la vida personal de alguien, sin al menos darle a esa persona la oportunidad de explicar la verdad.

Por eso, ante esta angustiosa convivencia humana, ¿cómo soportar estas agonías sin guardar resentimientos o tristezas? ¿Cómo vivir en este mundo sin llevar amarguras por todo el mal que nos hacen?

Recuerdo la historia de David, en la que, durante siete años y medio, fue duramente perseguido por Saúl. Este rey insensato le impuso tanto sufrimiento al joven, que él tuvo que vivir durante mucho tiempo como un fugitivo en el desierto. Constatamos su aflicción en ese período a través de los salmos profundos que compuso, que eran sus oraciones a Dios en búsqueda de socorro.

Incluso, al ser odiado y perjudicado, David decidió vivir sin bronca y demostró eso en varias ocasiones en las que tuvo la oportunidad de vengarse de Saúl, pero no lo hizo. Observamos que no importaba la manera en la que David era tratado, en su interior, decidió respetar la unción Divina que estaba sobre Saúl y dejar que, desde lo Alto, viniera el fin de su reinado.

Sin embargo, lo que más considero interesante en esta historia es la manera en la que David recibió la noticia de la muerte de Saúl. Cuando el amalecita llegó hasta él, traía en sus manos la corona y la argolla real, con el fin de comunicar la muerte de Saúl y de Jonatán. El mensajero creía que David quedaría inmensamente feliz, al fin y al cabo, se terminarían sus problemas. Además, él podría, finalmente, convertirse en rey.

No obstante, todos los que se encontraban allí se sorprendieron con la reacción de David. Él no festejó, sino que rasgó sus vestiduras como señal de su amarga tristeza, se lamentó, lloró y permaneció de luto (2 Samuel 1:11-12).

¿Cómo alguien puede llorar la muerte del que se había vuelto su peor enemigo?

Eso muestra cuán noble es el interior del que busca constantemente vivir con un corazón puro.

Cuán fuerte es el que mantiene la comunión con el Altísimo, incluso en los peores desiertos e injusticias de la vida.

Cuán admirable es ver a alguien que no da lugar al dolor, sino que considera que Dios juzga perfectamente entre ella y su agresor, sin importar quién sea.

Cuán fuerte es la confianza del que cree que, cuando una situación está en las manos del Todopoderoso, puede dormir, descansar y esperar Su actuación.

La ruina de Saúl provino de su propia desobediencia, pues los que hacen el mal nunca quedarán impunes, sino que recibirán un sufrimiento peor del que causaron, ya que, para eso, no hay acepción de personas.

Pienso que el camino hacia la honra eterna está en la grandeza de no herir a nadie y de no alimentar el odio por el que un día nos lastimó.

Sé que eso no es fácil, pero es posible para el que hace que el Espíritu Santo sea su riqueza, su escudo y fortaleza en los momentos de angustia.

¡Hasta la próxima!

Núbia Siqueira

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